Hay un momento en la vida en la que podemos sentir un abismo ante la responsabilidad de que “mi vida depende de mí”, y a algunas personas, nos pasa al inicio de ser jóvenes.

Durante la niñez estamos al amparo de papá y mamá y sabemos que de una manera u otra están ahí y sentimos que nuestra vida depende de ellos. Después llega la adolescencia con sus grandes momentos de diversión, disfrute y también con sus sinsabores, inseguridades y con el anhelo de ser joven para ser uno mismo quien tome todas sus decisiones y “mis padres me dejen tranquila”. Pero muy poco después somos jóvenes y… ¿ahora qué?

Somos jóvenes y no tenemos todas las respuestas como pensábamos que tendríamos, somos jóvenes y… nuestros éxitos y nuestros errores son de uno mismo, “sólo yo que tomo la decisión soy responsable de ellos” y darnos cuenta de esto, a veces puede pesar demasiado.  Yo recuerdo aquella sensación como grietas enormes que se creaban bajo mis pies y que los pasos que yo daba iban a determinar que el suelo se abriera o se quedara estable para que yo pudiera caminar sobre él.

De la niñez y adolescencia se habla y escribe mucho, así como de las crisis en la edad adulta, pero ¿qué pasa con esa etapa vital en la que las personas comenzamos a tomar decisiones que repercutirán el resto de nuestra vida? Ya no deciden por nosotros nuestros padres, ahora somos nosotros quienes tomamos nuestras primeras decisiones vitales y entonces “la responsabilidad es toda mía”.

La buena noticia es que la vida no la vivimos en soledad, sino en sociedad y que las personas buscamos apoyo en quienes nos quieren y somos libres de rodearnos de las personas que nos puedan hacer bien.

Además, no existe mayor y mejor aprendizaje que a través de los errores propios, pues, aunque en nuestra cultura occidental eso de equivocarnos está muy denostado es la forma que tiene nuestro cerebro de adquirir los aprendizajes. Y teniendo en cuenta que lo que se aprende en la juventud se queda para siempre, más que evitar la equivocación, nosotros invitamos a que las personas, y especialmente a los jóvenes, tengan cuantas más herramientas, mejor.

Cuando somos padres y madres cuidamos de nuestros hijos e hijas, los adultos, cada vez más, buscan espacios de autocuidado, pero ¿qué pasa con los jóvenes? ¿es que acaso no debemos pensar en cómo nos cuidamos? Elegir las personas de las que nos rodeamos, ser dueños de nuestro tiempo, conocernos más… es parte también del autocuidado.

En Rumbos trabajamos por y para el bienestar de las personas y en nuestros grupos de Educación Emocional tienen cabida las personas más jóvenes, desde los 4 añitos hasta los 17, pero aún no teníamos un grupo joven. Por eso, por fin, hemos creado un grupo de crecimiento personal para jóvenes, para acompañarlos en un momento vital tan ilusionante y desconcertante a veces, como es la juventud.

Y es que la vida adulta tampoco es estable, es otra etapa más y también supone momentos de transformación, por ello se hace aún más importante para el bienestar y felicidad propia conocernos en nuestras luces y también en nuestras sombras, para potenciar los talentos que ya tenemos y adquirir herramientas para que nuestras limitaciones no supongan un obstáculo mayor en nuestro día a día.

Si quieres saber más acerca de este espacio, aquí encontrarás más información.

Rocío, coordinadora del Máster en Educación Emocional de la UPO