Pues porque ahora podemos. Sí, me explico. Hace sólo unos años nuestras abuelas, o ya para algunas personas, bisabuelas, estaban muy ocupadas en conseguir alimentos para sus hijos. La mayoría de los hombres estaban en la guerra y las mujeres estaban solas y la mayor preocupación era la supervivencia física.
La siguiente generación ya tenía qué llevarse a la boca y sus vidas no corrían peligro, entonces la preocupación pasó a ser que su prole estudiara para así asegurarles un buen porvenir.
De hace unos años para acá la mayoría de la población tenemos “asegurado” el alimento y los estudios, así que ahora podemos ocuparnos de la siguiente necesidad: las relaciones interpersonales e intrapersonal.
¿Qué pasa con nuestras emociones? ¿Cómo nos sentimos en el día a día? ¿Nos sentimos las personas felices y satisfechas con la vida que tenemos, con las elecciones que tomamos? Podemos elegir vivir desde la inercia o incluso limitarnos a sobrevivir, pero también podemos elegirnos parar y elegir aquello que queremos.
Y si hablamos de nuestros hijos… ¿cómo podemos ayudarles en un mundo tan cambiante y con tanta incertidumbre laboral, social y política?
Para nosotros la respuesta está clara: ofreciéndoles certidumbre interior. Es decir, competencias emocionales que les ayuden a conocerse para así saber identificar tanto sus luces como sus sombras y sepan gestionar con seguridad y confianza los cambios y situaciones vitales que les toque vivir, tanto en el presente como en el futuro.
Y al hablar de futuro las madres y padres solemos pensar en cómo se van a ganar la vida y a veces nos genera angustia no saber si serán capaces de “salir adelante”. Por ello quiero contarte que según el Foro Económico Mundial la cuarta revolución industrial ya está aquí provocando efectos socioeconómicos y demográficos más que evidentes. Está cambiando el modelo de los negocios y transformando significativamente cómo, dónde y para qué trabaja la gente en todo el mundo.
Los cambios siempre nos generan incertidumbre y miedo, pero no se trata de algo malo, sino simplemente de que nos encontramos ante la necesidad de adaptarnos al cambio que estamos viviendo. Un cambio en el que como ejemplo destaco que desconocemos en qué van a consistir muchas de las profesiones que desempeñarán nuestros hijos e hijas. Y es que según el informe The Future Jobs que publicó a finales del año pasado el Foro Económico Mundial, las cifras son claras: 75 millones de trabajos que hoy hacen personas los harán máquinas en 2022. Esa rápida evolución e implantación de las máquinas podría crear hasta 133 millones de nuevos puestos. El saldo es positivo entonces, aunque en 2025 las máquinas hagan más tareas que los humanos.
Ante el miedo a veces podemos sentir que nos encontramos ante una guerra entre lo tecnológico y lo humano, pero no es así, de hecho, una de las sugerencias de dicho informe es la necesidad de complementar las bondades de las nuevas tecnologías con los valores humanos. Y es que para 2022 las competencias tecnológicas complementarias como el desarrollo de software, la programación, el análisis de datos o la especialización en sistemas o redes sociales no son las únicas competencias demandadas. Hay que añadir otras habilidades muy humanas directamente relacionadas con nuestra inteligencia emocional. De hecho, en 2022 también el liderazgo, la creatividad, la originalidad, la flexibilidad, la resistencia, la atención al detalle o la persuasión entre otras, vivirán un aumento de demanda “descomunal” según el Foro Económico Mundial.
Por esto y por favorecer que nuestros hijos e hijas vivan una vida plena y feliz, consideramos que desarrollar las competencias emocionales es una cuestión básica y prioritaria para su bienestar. No es necesario esperar a que surja un problema para ayudarles a gestionar sus emociones, mejor que aprendan a hacerlo desde antes y así que puedan afrontar las circunstancias adversas con más calma.